marzo 26, 2010

UÑA MEMORIOSA

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HOMERO MANZI: PATRIMONIO DE LA MITOLOGIA POPULAR


por Eugenio Mandrini




Cuando dijo “en lugar de ser hombre de letras he decidido hacer letras para los hombres”, Manzi (1907-1951) quiso engañarse y engañarnos. Y no logró ni una meta ni la otra. Porque siempre persistió en escribir poemas dotados de tan invariable sentido musical, que sin esfuerzo se mimetizaron entre las letras de tango, enriqueciendo el género e integrándose en él definitivamente*. Si para Borges fue Evaristo Carriego el primer espectador de los arrabales, es posible afirmar que Manzi, partiendo de situaciones, personajes y lugares semejantes a los utilizados por aquél, es el eternizador de los últimos arrabales. La compleja sencillez (no la simpleza, que nunca es compleja) de su voz, su tono elegíaco siempre alejado de lo lacrimoso, su mesura descriptiva y su aversión o indiferencia por todo lo innecesariamente declamatorio, hicieron de Manzi un poeta que convivió, a un tiempo, con las dos grandes vertientes de la poesía en general: la escrita para ser cantada y sentida emocionalmente, y la que es leída en el silencio de la soledad más crítica. Tal vez sea debido a esa misteriosa duplicidad que no resulte difícil detectar, en gran número, hallazgos e iluminaciones que tornan memorable su material poético. En El último organito, por ejemplo, nos enteramos de que el alma del suburbio tiene voz (cosa de por sí asombrosa) y de que esa voz proviene de un melancólico instrumento musical que, de silenciarse, dejará al suburbio sin habla. A su vez, en Sur nos obliga, sutilmente, a explorar bibliotecas enteras de antologías poéticas con el fin de hallar un símil de cuatro palabras equivalente, en concisión y sugerencia, a ese “Sur, paredón y después…”. Además, tampoco nos resultaría fácil descubrir, entre los infinitos poemas escritos sobre el amor, una nueva forma de desgaste que amenaza la vida de los amantes, parecida a la que sucede en Recién, cuando Manzi escribe: “Me amabas tanto y tanto / que me cansó tu tristeza”. Sin olvidar la seducción irresistible que provocan ciertos versos suyos al separarlos del contexto de la letra, como sucede en El pescante, cuando leemos: “Yunta oscura trotando en la noche”, que se nos instalan súbitamente en el asombro, sin que por ello alcancemos a precisar dónde radica el poder de dicha seducción, si en el lado de lo oscuro de la yunta o en el lado de la noche de ese giro curiosamente brillante pese a tanta sombra.
Pero no todos son hallazgos en su poesía: como suele suceder en casi toda obra letrística (Discépolo tal vez sea la única excepción) Manzi también padeció al menos un rapto de amnesia poética en la letra de Barrio de tango, cuando después de trazar una impecable escenografía (“Un pedazo de barrio allá en Pompeya / durmiéndose al costado del terraplén, / un farol balanceando en la barrera / y el misterio de adiós que siembra el tren”), pierde el rumbo de su habitual lirismo y escribe cuatro versos dados a la desilusión y al olvido: “Barrio de tango, que fue de aquella / Juana la rubia, que tanto amé. / ¡Sabrá que sufro pensando en ella, / desde la tarde que la dejé!”. ¿Limitaciones del género? ¿Imposiciones del ritmo musical? ¿Fácil e imprudente concesión del autor? Lo cierto es que dicho infortunio tal vez le haya resultado necesario a su obra para desprenderla definitivamente, como creemos, de la enorme sujeción que sobre él ejerciera Carriego, y sumergirla en otra influencia, la discepoliana, aún brumosa, todavía incipiente, pero más significativa y vital, que lo llevó a describir otro paisaje, el de la interioridad humana, representada por esas migas de medialuna sobre el mármol helado donde una mujer absurda come en un rincón (Discepolín), y por el dolor metafísico que sobreviene a partir de “esas ganas tremendas de llorar / que a veces nos inundan sin razón” (Ché bandoneón).
De no haber muerto (es un decir) a los 44 años, en la plenitud poética del ojo, de la lengua (ese otro ojo) y del corazón ardiente, ¿a qué confines letrísticos podría haber llevado Manzi esa última etapa suya, donde el lirismo mesurado de su lenguaje habitual empezaba a ser desbordado por un nuevo tipo de realismo, ya profundo y reflexivo? Parafraseando uno de sus versos, al “misterio de adiós que siembra el tren” se suma ahora otro misterio, el de lo inconcluso, esa puerta que en la residencia de la poesía, a eso del atardecer, comienza a entreabrirse, pero que ni él ni nosotros ya podremos trasponer.
De todos modos, hoy, al leerlo (ciertos poetas de la canción como él merecen también ser leídos y no solo escuchados), sabemos qué pájaro hay que tomar para llegar al cielo perdido de San Juan y Boedo antiguo.
Y sabemos además qué botas fantasmales debemos calzarnos para entrar, acaso invencibles, en las tierras legendarias de Pompeya y más allá la inundación.
Y finalmente sabemos, esencialmente lo sabemos, que su voz, tan plena de curiosidad y delirio, ha hecho posible (junto a Discépolo, Expósito, Castillo, Cadícamo y unos pocos nombres más) que la letra del tango no sólo ocupe hoy un espacio ineludible en el estudio de la cultura popular sino que, además, forme parte del dominio de la poesía, esa vasta dimensión donde felizmente, y a un tiempo, todo es sueño, realidad y ficción.


* El arte de Manzi se prodigó también en la elaboración de notables letras para milongas y candombes. Para confirmarlo bastan dos muestras elocuentes:”Llegabas por el sendero, / delantal y trenzas sueltas. / Brillaban tus ojos negros / claridad de luna llena. / Mis labios te hicieron daño / al besar tu boca fresca. / Castigo me dio tu mano / pero más golpeó tu ausencia. // Volví por caminos blancos, / volví sin poder llegar. / Grité con mi grito largo, / canté sin saber cantar” (Milonga triste); “Ay, / late que late / y el cuero del parche bate / con manos de chocolate / el negro que la perdió; / rueda que rueda, / lo mismo que una moneda / con ropa de tul y seda / la negra que le mintió. / Todos los cueros están doblando / pero sus ojos están llorando; / que un pardo de cuello duro / fumando un puro / se la llevó” (Oro y plata).


............................Malena

Letra: Homero Manzi......Música: Lucio Demare

Malena canta el tango como ninguna
y en cada verso pone su corazón.
A yuyo del suburbio su voz perfuma,
Malena tiene pena de bandoneón.
Tal vez allá en la infancia su voz de alondra
tomó ese tono oscuro de callejón,
o acaso aquel romance que sólo nombra
cuando se pone triste con el alcohol.
Malena canta el tango con voz de sombra,
Malena tiene pena de bandoneón.

Tu canción
tiene el frío del último encuentro.
Tu canción
se hace amarga en la sal del recuerdo.
Yo no sé
si tu voz es la flor de una pena,
sólo sé que al rumor de tus tangos, Malena,
te siento más buena,
más buena que yo.

Tus ojos son oscuros como el olvido,
tus labios apretados como el rencor,
tus manos dos palomas que sienten frío,
tus venas tienen sangre de bandoneón.
Tus tangos son criaturas abandonadas
que cruzan sobre el barro del callejón,
cuando todas las puertas están cerradas
y ladran los fantasmas de la canción.
Malena canta el tango con voz quebrada,
Malena tiene pena de bandoneón.



Eugenia León - México




.............................Sur (1948)

Letra: Homero Manzi.........Música: Aníbal Troilo


San Juan y Boedo antiguo y todo el cielo,
Pompeya y más allá la inundación,
tu melena de novia en el recuerdo
y tu nombre flotando en el adiós...
La esquina del herrero, barro y pampa,
tu casa, tu vereda y el zanjón
y un perfume de yuyos y de alfalfa
que me llena de nuevo el corazón.



Sur... paredón y después...
Sur... una luz de almacén...
Ya nunca me verás como me vieras,
recostado en la vidriera
esperándote.
Ya nunca alumbraré con las estrellas
nuestra marcha sin querellas
por las noches de Pompeya.
Las calles y las lunas suburbanas
y mi amor en tu ventana
todo ha muerto, ya lo sé...



San Juan y Boedo antiguo, cielo perdido,
Pompeya y, al llegar al terraplén,
tus veinte años temblando de cariño
bajo el beso que entonces te robé.
Nostalgias de las cosas que han pasado,
arena que la vida se llevó,
pesadumbre de barrios que han cambiado,
y amargura del sueño que murió.

Edmundo Rivero interpreta el tango "Sur" de Aníbal Troilo y Homero Manzi para el documental "Argentinísima II" dirigido por Fernando Ayala y Héctor Olivera en 1973. Se ven imágenes de la Capital Federal (hoy Ciudad Autónoma), República Argentina.

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